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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Recuerdos inmediatos

Narración de un primer día.

Agotada de escuchar palabras que vuelan cerca de mi. Vuelan y soy consciente de que están ahí, pero no consigo escucharlas del todo. Me encantaría hacerlo, pero estoy demasiado cansada, y asustada de mi misma. Asustada de lo que no puedo controlar. Me sorprendo y me alegra. El día ha estado bien, demasiado bien para lo que esperaba.

Espero impaciente el autobús. De repente veo a lo lejos algo rojo, "¿será?", me pregunto a mi misma. Entre murmullos ajenos, un "ya viene" me saca de dudas.
Es entonces cuando ocurre lo que el no sentir me hacia sentirme bien, eso que no puedo explicar lo que es, pero que sin embargo conozco de sobra, ese gusanillo en el estómago que me grita desesperado que no vuelvo al lugar donde quiero volver, ni estoy con quién quiero estar, a pesar de que la compañía no me desagrada.
Intento disimular, repetirme una y otra vez que lo mejor es pensar en otra cosa. Pero, ¡qué va!, no puedo engañarme, la realidad de lo que me rodea es clara y objetiva, estoy ahí, justo donde no quiero estar.
Estoy ahí, conmigo misma, rodeada de gente, pero sólo conmigo misma. Para colmo, creo que en mi vida llena de comodidad no he tenido que recurrir nunca a eso que llaman autocontrol, no lo conozco, no sé, no sé como controlar esto.

La tristeza empieza a mostrarse físicamente , intento disimular, miro hacia otro lado donde nadie pueda percatarse de mi debilidad. Inmediatamente sonrío, recuerdo una situación parecida que ocurrió en el pasado, cuando mis temores eran graciosos y buscaba absurdas excusas para no admitir que yo también lloraba. La niña chula y presuntuosa contra la que nadie podía, también echaba unas lágrimas de vez en cuando.

Por un momento consigo pensar en otra cosa. Es entonces cuando se abren las puertas del autobús. Miro hacia la derecha, ahí está, el momento de escapar de todo esto. La solución más cobarde. Deseo salir, correr con todas mis ganas y volver. Me estoy asfixiando.

Vuelvo a pensar en otra cosa. No puedo hacerlo, hay alguien que con su confianza y mis ganas de no defraudarle me da fuerza para que las puertas se cierren, y el autobús me lleve hasta donde no quiero, pero sin embargo debo estar.

Buenas noches,

Pilar L. Carmona

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